“Cuando hablo de un verdadero mito con el cual mantuve una estrecha relación por muchos años, corro el riesgo o bien de transitar los andenes del falso nacionalismo o que en algún momento me traicionen los sentimientos…”

 

 

Aunque cualquiera que conozca la verdadera historia arribará a su propia conclusión, aún sabiendo la delgada línea que existe en estos casos,

La falta de automovilismo deportivo y el aislamiento a que nos llevó la bendita pandemia propuso larguísimos momentos de meditación, un recorrer por enésima vez los intrincados rincones de la memoria y un volver a vivir donde el recuerdo arranca una sonrisa. Allí aparece Balcarce (Argentina) la calle trece, la casa de los Fangio. De un lado Pirincha, Toto y Juan Manuelito, del otro, la tía Carmen y el quíntuple. Un jardín florido en el medio y en una pared, la pileta hecha casi de memoria por las expertas manos de Don Loreto Fangio, patriarca inapelable de la familia.

El banco de una plaza de la ciudad fue el escenario donde amontonaba charlas con “el más grande” a la sombra de su memoria halada e inalterable. Circuitos, carreras, marcas, tiempos, nombres y anécdotas brotaban con singular claridad donde la suerte – jamás su talento inigualable – figuraba como la autora absoluta de su excepcional epopeya detrás del volante.

Me hubiera gustado dialogar con él hoy; saber su punto de vista sobre los imprevistos de su marca predilecta (Mercedes Benz) en la categoría mayor, de la tecnología increíble con que se manejan los equipos, conocer su parecer, sabiendo que más tarde se convertiría en un postulado. Qué pensaría al saber que la propia Universidad de Sheffield en Inglaterra determinó que él fue el mejor piloto de la historia plasmada en un reciente documental que analiza a los mejores en detalle. Qué lo empujó a correr cuando las medidas de seguridad eran mínimas y los accidentes muchos (más de 30 de sus competidores perdieron la vida durante aquella época) cómo llegó a transitar un tiempo que lo convirtió leyenda con esa humildad pueblerina.

Juan Manuel Fangio no fue cualquier piloto. Fue el que en las siete temporadas completas de la Fórmula 1 se convirtió en campeón indiscutido en cinco oportunidades con cuatro distintas marcas y con el récord de ganar 24 de las 52 carreras en que compitió, erigiéndose entonces en el mejor piloto del mundo mucho antes de que un prestigioso estudio académico lo probara.

Me hubiera gustado escuchar por enésima vez los detalles de aquel secuestro en la Habana que llevó al mundo la noticia de que había una isla que se llamaba Cuba y en ella un tipo fraguando una revolución llamado Fidel Castro. Recordar su retiro después del Gran Premio de Francia un 6 de julio del 58, después de haber manejado en una época de autos, tecnología y valores distintos, donde su talento, calidad técnica y humana dejó un halo de admiración en el mundo, además de haber establecido un estándar de excelencia que difícilmente pueda ser igualado.

Pero la muerte traicionera me ganó de mano y un 17 de julio se lo llevó a compartir el diálogo eterno con los más grandes de la historia del automovilismo.

Me queda el recuerdo imperecedero, sus dichos, su enseñanza, esa sabiduría que muchos que hoy transitan la gloria o la fama no entenderían. Guardo en lo más profundo, el agradecimiento eterno de haberlo conocido y un gracias, Don Juan por todo su legado…

Monumentos de Fangio en el mundo: En la Ciudad de Buenos Aires (Paseo de la Gloria). En Europa; el artista español Joaquim Ros Sabaté creó otros 5 monumentos similares al de Buenos Aires, los que se encuentran en Montmeló, España; Nürburgring y Stuttgart, en Alemania; Monza, en Italia y Montecarlo, en Mónaco.