Tal como es…

Por Juan Carlos Maimone

Inmerso en un océano de infamadores y aduladores, indiferente o impermeable a las críticas más despiadadas y amante de su propia vida, el primer piloto de color en llegar a la cima de automovilismo mundial demuestra desde atrás del volante que sabe lo que hace.

Entonces me permito repetir un diálogo que a modo personal me dejó antes de la carrera de Austin ante ciertas críticas: “Me importa un culo lo que digan, lo único que sé, es que cuando me subo al auto hago mi trabajo y dejo los resultados a la vista… Y cómo contradecirlo…?

El hijo de un emigrante caribeño nacido en Granada que hubo de emplearse como humilde trabajador ferroviario en Londres, el mismo que tuvo que crecer en una ciudad dormitorio (Stevenage) a las afueras de la capital inglesa, hoy goza de los pequeños o enormes placeres que le da la vida con la misma intensidad.

Porque a Lewis le da lo mismo una pizza de pepperoni que el caviar más refinado, una rebanada de pan con Nutella, al plato más sofisticado de los restaurantes más elegante del mundo, aquel que fue desde desgastado trajecito azul del karting, al uniforme más caro y cotizado de la categoría mayor del automovilismo, sigue siendo el mismo.

Aquel pequeño ingenuo que un día se le acercó al mismísimo Ron Dennis – todo un dictador – y le dijo “Voy a correr en tu equipo y seré campeón del mundo…”, es ahora una celebridad absoluta en el mundo de la velocidad.

Y casi podríamos resumirlo en la pluma del inefable Pino Allievi, que nada menos que en la tierra del Cavallino Rampante y en ‘La Gazzetta dello Sport’, expresa: “Un hombre capaz de ganar las últimas 16 de 30 carreras, de superar las “poles” de Schumacher, de regalar emociones en cada vuelta…

No ha robado nada. Este año no ha tenido ningún incidente y está al nivel de Mansell como velocidad pura, de Senna en adelantamientos, de Prost y Lauda en el modo de gestionar la carrera. Simplemente bravísimo e inaccesible…”.

Ese es Lewis Hamilton; el que se puso la quuintq corona más codiciada sobre su cabeza, pero no se cargó la mochila de piedras con la soberbia que da la fama. Simplemente se sube al auto y hace su trabajo, que en definitiva, es lo que importa y lo hace hoy por hoy, mejor que nadie…