Con 15 años, se constituyó en una de las más firmes promesas del automovilismo internacional…
Por Juan Carlos Maimone
Camina los autódromos con la soltura de los famosos; se detiene, habla con los mecánicos, toma su tiempo para saludar amigos o curiosos, se abraza con todos y cada uno de los rivales, juguetea con ellos, atiende a la prensa con la prestancia de los que saben, se sube al auto, analiza las recomendaciones y el plan de carrera y entonces, maneja como pocos, es más, yo diría que deslumbra y casi siempre termina en el podio.
Se enoja cuando las cosas no salen, discute con los mecánicos y no duda en ir a “buscar” a quien le tiró el auto encima o produjo la maniobra desleal. Goza de los triunfos como ninguno y sufre hasta las lágrimas con sus propios errores. En otras palabras; vive el mundo de la velocidad con la pasión metida en el cuerpo, no habla de otra cosa, no hace otra cosa…
Todo esto podría parecer hasta normal dentro del intrincado mundo del automovilismo, donde se mueven en la misma medida héroes y fracasados, simpáticos y nos tanto. Pero Franco es sencillamente un ser humano diferente, con una personalidad desbordante, atractiva y que en definitiva, conforma de manera innegable, la imagen del ídolo. El pequeño tiene sólo 15 años, aunque está en esto de recorrer la mayor distancia en el menor tiempo desde siempre, desde antes que él…
Estrechar su mano por primera vez, es como firmar un compromiso sentimental y que en el tiempo, cobra carácter de vigencia y se profundiza en la medida que uno lo conoce, que entramos en su mundo, que interpretamos su pensamiento, sus ilusiones. Los brazos extendidos para estrecharme en un abrazo, no alcanza la descripción exacta; porque allí aparece el niño, el de la edad que no conoce o admite el cálculo o la estrategia y así plantea la imposibilidad absoluta de no quererlo.
A los tres años, se subía por primera vez a un karting y desde entonces, sabía lo que quería; más allá de la desesperación inocultable de Lourdes y del orgullo insostenible de Rafael, sus padres.
Lulú confiesa que cada práctica o cada carrera, es un volver a dar a luz, en clara referencia al sufrimiento insospechado del parto. Para papá Rafael, es un volver a vivir sus años mozos en los sport prototipos en las pistas del Viejo Continente, aunque entre los dos jóvenes, se las ingeniaron para conjugar de forma inapelable el marco ideal, el balance perfecto, de ese núcleo familiar con visos de perfección donde se mueve y vive este pequeño gigante.
A los 13 ya competía en su Méjico natal en fórmula y autos sport; aunque según él, se demoró demasiado en comenzar las competencias (?). Pero aquel escenario, pronto evaporó las posibilidades de desarrollo o crecimiento deportivo y la familia Aragones, se mudó a Miami donde sentó la base de operaciones.
Franco comenzó su escalera deportiva en la Fórmula Skip Barber y de la mano de un coach de lujo como Diego Ortega, vinieron los podios, más tarde los triunfos y en suma, el llamado de Telmex y su historia intacta de apostar a lo grande. Hoy Franco, es la imagen de la empresa multinacional con pilotos destacados en todas las categorías y su sonrisa viste de lujo los comerciales que ya recorren el mundo.
La intuición de años, nos dice que la historia de Franco no termina aquí, que seguiremos hablando de él, que la visita a su hogar no será la última. Que su papá seguirá dividiendo con desesperación sus ocupaciones en Méjico con los tiempos de su hijo. Que Lulú seguirá atareada con los nada fáciles quehaceres hogareños y con la educación del niño.
Mientras tanto; él seguirá en su mundo, jugando con Lula (su perra) enfrascado en el simulador, cosechando buenas notas en la escuela y detrás de todos y de todo, este difícil camino de la fama, que pesar del tiempo, produjo el sueño de una aparición tan temprana como merecida…
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